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LA MIRADA DEL LOBO



Toledo,
a 31 de enero de 2016

"Cuenta mi leyenda que Eva murió en uno de los primeros asaltos. Mi pérdida y lo que la provocó son el corazón de este documento. Mi leyenda comienza así, sin explicaciones ni preámbulos. Empieza en la creencia en el mal como espíritu. En la creencia de Satán como encarnación del mal. Y en el respeto y el repudio a su poder. Sólo la nieve sabe el misterio de Satanas*.


 Fue como una sombra avanzando lentamente sobre la ciudad. Primero unos ojos turbios tras una esquina, un animal merodeando aquí y allá. Luego el sonido  de mil pisadas enérgicas y los gritos  en la noche. Pronto la sangre tiñó la nieve sobre el asfalto y, los aullidos insoportables de las bestias devoraron nuestras almas.

Son las 7 de la tarde, huyo desesperadamente de una manada de lobos que me ha asaltado en un pequeño pasadizo. Abandoné mi vehículo sin gasolina a pocos kilómetros. El hambre y la sed son más fuertes que el miedo.

Al principio nadie se tomaba en serio a los lobos. Sólo cuando fue demasiado tarde y Toledo a lo lejos desaparecía entre el humo de los automóviles, empezamos a darnos cuenta que habíamos perdido la guerra. Pero yo decidí quedarme. Decidí enfrentar a la bestia. Tenía que mirar de frente sus ojos y clavar mi cuchillo en su barriga. Por Eva, a quien tanto había querido.  Ahora corro por mi vida, pero ya no puedo más.

He salido del pasadizo, corro una calle en cuesta, el refugio está cerca.  Me vuelvo abriendo la navaja y escruto esos ojos rojos que de repente me rodean y me desgarran la carne salvajemente. No siento dolor. Mi sangre brotando como ríos y mi mente se disuelve en el inconsciente.                                                                                                

El mar. El inmenso azul del mar y una isla perdida a lo lejos. Eva descansa sobre la cama, dormida, exactamente, bella.  No tengo un recuerdo mejor del pasado. Cuando la paz y el sol llenaban cada amanecer.

Despierto sobresaltado. El cuerpo duele como si me hubieran cosido las heridas con un cuchillo de monte. Estoy en el refugio, a salvo de los depredadores. Lucas me cuenta que llegaron justo a tiempo, por casualidad. Me ha ordenado que no salga solo y ha dispuesto para mí de un arma de fuego. Me ha puesto al día de la situación, con la nieve y el temporal, el ejército tardará en entrar en la ciudad.

Por las noches los aullidos insoportables, el crujir de la carne y de los huesos, los pasos de los lobos corriendo atropelladamente tras una nueva presa. Ríos de lobos por cada avenida, por cada rincón, como locos hambrientos devorando un cadáver sobre la mesa de una cafetería o merodeando por los pasillos de un centro comercial donde, al acecho, tras el cristal de una cabina telefónica, lloraba una niña abandonada.  

Recuerdo ver con los prismáticos a la niña tras el cristal de la cabina y veinte lobos lamiendo y arañando su esperanza. Desoyendo el consejo de Lucas salí del refugio pisando la nieve resbaladiza. Al llegar, quité el seguro a la beretta y apunte al más grande. Un único disparo fue suficiente para reventar al animal sin dolor. El resto huyó, de momento, hacia las sombras de las que provenían.

Cuando, las explicaciones racionales, son insuficientes, se avivan las creencias en lo sobrenatural. Vivíamos en una ciudad maldita. Realmente estábamos en el infierno. Y mucha gente comenzó a creer que el Apocalipsis había llegado a Toledo, donde arderíamos para siempre entre lobos.

Solo la nieve sabe la grandeza de Satán. La fe es la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve. Pero habíamos visto demasiado. Velando el cuerpo de mi mujer aprendí que hemos venido al mundo para morir y ese es el castigo: no poder  alcanzar la inmortalidad.

Los últimos abandonan hoy la ciudad. Yo me quedo con Silvia. La niña que rescaté. No se quiere separar de mí. Y a estas alturas yo no me quiero separar de ella. Después de dos días incomunicados por la tempestad, la radio nos trae noticias de otras ciudades. La invasión de los lobos se ha extendido a otros pueblos limítrofes. Incluso las primeras manadas están sembrando el pánico en Madrid. Los militares están tomando el mando. Se aconseja a la gente que no salgan de sus casas. Un consejo de biólogos ha examinado a varios ejemplares muertos. El tamaño de los lobos es mayor que el habitual. Los colmillos son más largos y los ojos rojos como la sangre. Han confirmado rabia en algunos de estos animales. La comunidad científica está conmocionada.

En el refugio somos ocho. Los últimos de Toledo. La resistencia ante algo que creemos imparable.  El castigo de los dioses. Silvia, delante del fuego, está jugando al Carcassonne con Ignacio. Mientras, Soraya, prepara arroz con verduras y un poco de pollo. Aunque la ciudad está llena de alimentos envasados, ir a por ellos es todo un reto que puede acabar en una aventura letal.  Los alimentos frescos escasean. Están pudriéndose en los almacenes, en los frigoríficos y en las despensas.

Lucas ha salido con el resto de la cuadrilla para encontrarse con los militares. De momento no hay noticias del lobo. Han pasado cuatro horas desde que se fueron. Demasiado tiempo. Empiezo a ponerme nervioso.  La televisión está dando la noticia todo el tiempo. Pero nada de información que pueda darme alguna pista de porqué se retrasa su llegada. 

De repente salta la alarma y la calma se rompe. Algo o alguien han entrado en el perímetro de seguridad.  En la cocina cae un plato estallando contra el suelo. Ignacio me mira con desasosiego y Silvia empieza a gimotear. Entonces, quito el pestillo de seguridad a la beretta,  cargo el arma y me dirijo a la ventana. Ignacio con la escopeta se dirige a la parte de atrás donde está el ventanuco. Soraya se ha quedado apaciguando a la niña que deja de gimotear. La alarma sigue sonando. Y mientras pasan los minutos como horas.

A lo lejos, empiezo a ver algo que no distingo, podría ser el ejército por sus dimensiones. A medida que se acerca, esa masa indefinida, mi mente se tensa como la soga de un reo condenado a la horca. Y, cuando consigo discernir de qué se trata, un impulso eléctrico me recorre y se clava como un punzón en mi estómago. Es el miedo, que ahora nubla mi arrojo.  El miedo. El miedo al misterio, el miedo a no saber, a no conocer, a experimentar las dimensiones más extravagantes de lo desconocido. El miedo por la duda. ¿Realmente ocurrió ante mis ojos o solamente soñaba? No lo sé, aún, pero lo que vi, fue, infinitos lobos corriendo como alucinados acercándose hacia mí.

Yo fui incapaz de decir nada. Del otro lado de la casa, Ignacio gritó. Gritó tan fuerte que Silvia se tapó los oídos y comenzó a llorar. Pero no era lo mismo que yo vi aquello por lo que aquel gritó, sino que él exclamó: “están aquí”.

Y era cierto, miles de soldados, como una marea humana se extendió entre las calles, entre los pasajes y el pequeño laberinto que es ésta ciudad. Sonaban disparos a diestro y siniestro y nosotros también disparábamos hasta que la munición se quedo reducida a unas pocas balas en mi beretta y dos cartuchos en la escopeta. Entonces decidimos subir a la furgoneta para ir a por más armamento, ya que la cuadrilla se había llevado la munición y otras muchas armas. Rumbo a un arsenal de una víctima que yo conocía los soldados se interpusieron en nuestro camino.

Un sargento me explicó que se había decretado el estado de excepción, que Lucas y los otros estaban muertos, que sus cuerpos habían sido encontrados a pedazos. Habían tenido que reconocerlos por el ADN. Sus familiares y amigos estaban destrozados al igual que los supervivientes que habían perdido a algún ser querido en la tragedia. Se oficiará una misa, dijo en presencia de su majestad el rey, y toda la cúpula del gobierno en Madrid. Nos obligaron a marcharnos y no tuvimos alternativa. Me opuse a huir y me llevaron detenido. De camino aún tuve oportunidad de matar un par de lobos más. Hasta que me requisaron el arma.

Nos recibieron como héroes. Toledo quedó desierto, deshabitado y maldito por muchos años. Los lobos no han desaparecido aún del todo. Y de vez en cuando salta la noticia de una víctima más. La prensa nos preguntó porqué no huimos cuando aún estábamos a tiempo. Cada uno tenía sus razones. Yo, personalmente, sólo quería mirar a los ojos del lobo que me sumió en la desdicha e intentar descifrar el secreto de la bestia".


*La cita es del poeta Leopoldo María Panero.
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EL ESPEJO






EN EL ESPEJO HAY UN HOMBRE. CONOZCO A ESE HOMBRE. LEO EN ÉL COMO A TRAVÉS DE UN CRISTAL. SOMOS GRANDES AMIGOS, HEMOS VIAJADO TANTO JUNTOS, NOS HEMOS BUSCADO TANTO, QUE SOMOS ETERNOS. SU LUZ OPACA DIBUJA UNA SONRISA  DÉBIL. YA NO ME ASUSTA SU ALARGADA SOMBRA.

PIENSA QUE HEMOS LLEGADO AL FINAL DE UNA NOCHE PARA EL OLVIDO. LA NOCHE  QUE LLOVIÓ FUEGO DEL CIELO. LA NOCHE QUE RECUPERAMOS EL ESPEJO Y MELPÓMENE CANTÓ PARA NOSOTROS.

CUANDO LA CABALLERÍA ENEMIGA ABATIÓ A LOS ARQUEROS DEL REY, ÉSTE ESTABA YA MUY LEJOS. SIEMPRE HABÍA SIDO UN GUERRERO PERO ESTA VEZ TUVO QUE ABANDONAR EL CAMPO DE BATALLA POR UN IMPERATIVO. EL ESPEJO ESTABA EN PELIGRO. Y QUIEN MEJOR QUE EL VIEJO REY PARA PROTEGERLO DEL OSCURO.

EL CIELO ARDÍA LITERÁLMENTE. HABÍA QUEDADO SÓLO ÉL DE SU DESTACAMENTO Y ESTABA HERIDO. ASÍ QUE PENSÓ HACER EL CAMINO QUE LE QUEDABA A TRAVÉS DE LA MONTAÑA NEVADA. HACIENDO NÚMEROS, EN LLANO Y A LA VISTA ESTABA PERDIDO. AUNQUE ERA HÁBIL CON LA ESPADA, NUNCA PODRÍA SUPERAR SU DESVENTAJA NUMÉRICA.

TUVO QUE CORRER MUY RÁPIDO ENTRE LOS ÁRBOLES, PORQUE LA TORMENTA DE FUEGO AMENAZABA CON DESTRUIR EL ESPEJO. PEQUEÑOS METEORITOS LLOVÍAN DEL CIELO  EXPLOTANDO ENTRE LA NIEVE. EL OSCURO LANZÓ SU ÚLTIMO CONJURO Y UN PODEROSO RAYO ALCANZÓ A SU MAJESTAD, QUE CAYÓ PARALIZADO EN ESTADO DE SHOCK. EL ESPEJO AL CAER SE PRECIPITÓ DURAMENTE CONTRA LAS ROCAS QUEBRÁNDOSE EN VARIOS TROZOS.

UNA PAREJA DE BUFONES INTENTABA ANIMAR A LA REINA CON CANCIONES VULGARES, CUENTACUENTOS Y PANDERETAS CUANDO EL ARCONTE DIO LA NOTICIA EN PALACIO. AL OÍR LA TERRIBLE NUEVA LA PRINCESA ABANDONÓ LA ESTANCIA. LA PAREJA DE BUFONES SE ESTIRABA DE LOS PELOS MALDICIENDO. LAS CORTESANAS LLORABAN DESOLADAS Y LA REINA SE RETIRÓ A SU HABITACIÓN DONDE ESCRIBIÓ  UN MENSAJE QUE POCO DESPUÉS PUSO EN LA PATA DE UNA PALOMA. CUANDO SE ASOMÓ A  LA VENTANA DE SU TORREÓN PARA DEJAR LIBRE AL AVE,  VIO COMO LA PRINCESA SE ACERCABA AL BORDE DE UN ACANTILADO DE GRANDES DIMENSIONES. SÓLO ENTONCES ESTALLÓ SU IRA Y SU SED DE VENGANZA. PERO CUANDO FUE A GRITAR PARA AUXILIAR A SU HIJA LA VOZ SE LE MURIÓ EN LA GARGANTA.

AL FILO DEL ACANTILADO, LA PRINCESA, SOSTENÍA UN NARCISO DE PLATA.  EL AIRE HELADO SACUDÍA SU VESTIDO DE INFINITA PUREZA.  LA DERROTA EN LA MENTE  LE CONDUJO A PENSAR EN ARROJARSE AL ABISMO. PERO CUANDO SE ASOMÓ Y VIÓ EL MAR AGITARSE ENTRE PEÑASCOS SE DIJO ASÍ MISMA QUE NECESITARÍA ARMARSE DE VALOR.

EN EL PARNASO APOLO Y LAS MUSAS CALLARON Y MELPÓMENE EMPEZÓ A CANTAR. LA MUSA ENTONÓ UNA MELODÍA  LENTA, ESTRIDENTE Y ELEVADA SEMEJANTE A UN GRITO DE DOLOR. EL MUNDO SE DETUVO. EL GRAN RELOJ DE ARENA DE PALACIO SE PARÓ. LA SANGRE DE TODOS LOS MORTALES QUEDÓ ESTANCADA. LOS OCÉANOS SE CONGELARON.
ADOPTÓ MELPÓMENE LA FORMA DE UNA MUCHACHA DE BELLEZA PÁLIDA. DE LA NADA,  LA MUSA DE LA TRAGEDIA APARECIÓ EN LA MONTAÑA NEVADA. EL REY HERIDO DE MUERTE DESCANSABA JUNTO AL ESPEJO ROTO.  LA MUCHACHA SE DIRIGIÓ HACIA EL REY Y BESÓ LEVEMENTE SU ROSTRO ENVEJECIDO. BASTÓ ESTE GESTO PARA QUE  SU MAJESTAD VOLVIERA EN SÍ. COMPRENDIÓ QUE LA GUERRA ESTABA PERDIDA. PRONTO SE ESTIRÓ HASTA ALCANZAR EL ESPEJO  Y  CON INFINITA SOLEMNIDAD SE MIRÓ EN ÉL. TARDÓ MUCHO TIEMPO HASTA QUE PUDO EXPRESAR UNA SOLA EMOCIÓN. EL ESPEJO REVELA LA VERDAD. PERO QUEBRADO PUEDE LLEVAR A UN HOMBRE A LA LOCURA. AL MIRAR A LA NIEVE QUE CUBRÍA LA PENDIENTE, CREYÓ VER ESPÍRITUS  DE HUMO CON FORMA SEMIHUMANA Y OJOS INYECTADOS EN SANGRE. ALGUNOS LE ATACABAN Y LE EXIGIAN SU CORONA. DESPUÉS LA FIGURA DE LA MUSA SE TRANSFORMÓ, A SUS OJOS,  EN SERPIENTES ALADAS. EL REY DESAPARECIÓ A TRAVÉS DE LA NEVISCA. Y MELPÓMENE PUSO A SALVO EL ESPEJO. QUE HABÍA SIDO ABANDONADO A SU SUERTE.
  
EL MUNDO VOLVIÓ A PONERSE EN MOVIMIENTO POR OBRA DE LA MUSA. EN PALACIO LAS CORTESANAS CORRÍAN ALBOROTADAS BUSCANDO A LA PRINCESA. PERO LA REINA CALLABA SOSTENIENDO UN NARCISO DEL AJUAR DE LA HIJA. SÓLO ELLA HABÍA VISTO  A LA PRINCESA ARROJARSE  DESDE EL ACANTILADO AL MAR. Y POR ESO SU ROSTRO TEMBLABA DE DOLOR. Y POR ESO SOSTENÍA LA FLOR CON DUREZA, PORQUE NO QUERÍA QUE NADA MÁS SE PERDIERA EN EL ABISMO.

EL CIELO SIGUIÓ ARDIENDO DURANTE MUCHOS AÑOS. EL EJÉRCITO ENEMIGO ARRASÓ PUEBLOS ENTEROS TORTURANDO Y VIOLANDO A HOMBRES Y MUJERES. POCO A POCO EL REINO DEL MAL CONQUISTÓ OTROS TERRITORIOS Y SE PERDIÓ EN EL OLVIDO EL NOMBRE DEL REY SIN CORONA.

EL OSCURO Y SUS HUESTES HAN IMPUESTO LA LEY DEL HORROR SOBRE LOS QUE PERMANECEMOS ESCLAVIZADOS. SE CREE O SE QUIERE CREER QUE LA REINA ESCAPÓ CON LA GUARDIA REAL, VARIAS CORTESANAS Y EL ARCONTE. SE CREE QUE PLANEAN LA VENGANZA. QUEREMOS CREER QUE PRONTO VENDRÁN A LIBERARNOS. Y QUE EL REY VENCERÁ A LOS FANTASMAS Y VOLVERÁ ALGÚN DÍA A ARREBATARLE LA CORONA AL QUE AHORA NOS DOMINA.

PERO ESTO SON HISTORIAS QUE SE CUENTAN A LOS NIÑOS PARA QUE DUERMAN TRANQUILOS. ADEMÁS ESO ES SÓLO UN RUMOR. OLVIDAOS. NO ME HAGÁIS CASO. QUIZÁS OS ESTÉ MINTIENDO. TANTO TIEMPO SOMETIDO UNO PIERDE LA CONFIANZA EN LOS DEMÁS. QUÉ PUEDE SABER ESTE TRISTE BUFÓN. QUÉ SABE NADIE DE LOS MISTERIOS QUE ENCIERRA LA VIDA CUANDO ÉSTA SE VUELVE TRÁGICA. PERO SILENCIO, SE ACERCA EL OSCURO. TIEMBLAN LAS PAREDES, LA IDEA DE REALIDAD SE TORNA FRÍA. MI AMO PORTA EL ESPEJO Y SE ESTA REFLEJANDO DE TAL FORMA QUE DESDE AQUÍ ACIERTO A VER SU IMAGEN.

EN EL ESPEJO HAY UN HOMBRE. CONOZCO A ESE HOMBRE. LEO EN ÉL COMO A TRAVÉS DE UN CRISTAL. SOMOS GRANDES AMIGOS, HEMOS VIAJADO TANTO JUNTOS, NOS HEMOS BUSCADO TANTO, QUE SOMOS ETERNOS. SU LUZ OPACA DIBUJA UNA SONRISA  DÉBIL . YA NO ME ASUSTA SU ALARGADA SOMBRA.

PIENSA QUE HEMOS LLEGADO AL FINAL DE UNA NOCHE PARA EL OLVIDO. LA NOCHE  QUE LLOVIÓ FUEGO DEL CIELO. LA NOCHE QUE RECUPERAMOS EL ESPEJO Y MELPÓMENE CANTÓ PARA NOSOTROS.

Arriba las gaviotas gritan

La ciudad amanece. Cuerpos, como cadáveres sin vida, avanzan arrastrando los zapatos sucios por el asfalto. Los taxis no paran de piar o los pájaros no dejan de apretar el claxon. La confusión es la nota dominante de este valle gris que se extiende entre amenazantes rascacielos. Superman ha muerto. Nadie salvará a ese ejecutivo que esta mañana saltó desde la terraza de las oficinas. La esperanza golpeó contra el suelo y se partió en mil añicos. Así están las cosas en la metrópoli. Ni flores, ni cuervos. Aquí no hay nada bello.

El ruido de la radial de un obrero me despierta en mi ático de Diaz Moreu. La cabeza puede estallarme y el calor es tan asfixiante que cuando despierto parece que alguien se ha meado en mi almohada. Salgo a la ventana y un muro gris es todo lo que la vista alcanza. Arriba las gaviotas gritan como si estuvieran siendo torturadas por la GESTAPO. Son las 9:51 am. Entro a trabajar a las 10:00. Otra vez llegaré tarde a mi oficio de asesino. Ningún idiota podrá decirme que llego tarde. Soy el dueño de mi tiempo. Y el tiempo, es dinero. Poder. Corrupción. Manipulación. Palabras que resuenan en mi cabeza mientras mi turbia mirada se prepara para un nuevo día.

Hoy como todas las mañanas espero su llamada. Pongo a cargar el teléfono y mientras las tostadas se vuelven a quemar. Me siento al borde de la cama. Pienso si este frío es producto de la enfermedad. Pero esta tristeza helada sólo tiene como origen el miedo. El miedo a repetir la rutina, el miedo a no vivir. El miedo a estar equivocado al decir NO: ¡A la mierda con todo! Tiro mi colilla al patio de vecinos. El mundo es un vertedero que no tiene dueño. Por más que intenten ponerle fronteras. Son sólo fronteras en la mente. Hubo un día en que me preocupaba abrir la mente. Ahora sólo me preocupa el minuto. El segundo en que el teléfono empieza a sonar. Y mi corazón que se agita temeroso. Cuando descuelgo el celular oigo su voz: “Polígono de Babel. Calle de las metalurgias nº 2. Esteban Sánchez, 1´70 Cabello oscuro. Piel blanca. Tatuaje.”. No necesito más información. Voy al armario y saco la 357 Magnum. Apunto con el cañón al espejo y me siento como el jodido Robert de Niro.

A las tres de la tarde, el almacén está en plena actividad. De nuevo el calor me aturde hasta el extremo de querer evaporarme. Dudo si ponerme una media o no. ¡Qué coño! ¡A cara destapada! Salgo del coche y decidido entro a la nave. Mis zapatos chirrían contra el acerado suelo. Observo que se trata de un taller para helicópteros. Hay un enorme Bell UH-1H verde, un bimotor EC155 y un pequeño raptor. Cuando entro parece que nadie se fija en mí. De nuevo el sonido de una radial y el olor a disolvente. La grasa lo impregna todo. Un puto perro se acerca a olisquear. Podría matarlo de una patada. Pero no es mi estilo. Así que dejo al animal meter su hocico en mis pantorrillas y maravillarse con los olores de un mundo que él nunca ha conocido. Entonces veo a un tipo grueso y mi sistema nervioso se pone en alerta. Pregunto por Esteban. Desde la otra parte de la sala el tipo me indica que me dirija por el pasillo a la oficina. Es así de fácil. Esto no es una película. Nunca viene la policía, nunca surgen demasiados problemas. Recorro el pasillo adentrándome cada vez más en la oscuridad. Cuando llego a las oficinas pregunto otra vez por ese tal Sánchez. Así que me indican que espere en una sala de reuniones. Por las paredes, polvorientas fotografías enmarcadas de helicópteros de toda clase. Un pequeño helicóptero bañado en oro que hay en el centro de la mesa llama mi atención. Lo guardo en el bolsillo de la americana y espero. Entonces llega el tio. 1´70 Cabello oscuro. Piel blanca. Tatuaje. Confirmo el objetivo preguntándole el nombre y cuando aún no ha terminado de hablar descargo el cargador en su pecho. Las balas atraviesan las paredes de pladur e impactan a cientos de metros de distancia. Su cuerpo agujereado cae inerte contra la pared en una madeja de brazos y piernas sin sentido.

Ya lejos de la urbe, en mitad de páramos manchegos paro el automóvil para mear. Aprovecho para enterrar el arma y fumar un pitillo. Otra vez el móvil empieza a sonar, pero esta vez no es el del trabajo. Es mi teléfono personal. Hace semanas que no sonaba. Tanto tiempo que pensaba que habían cortado la línea. Tanto tiempo sumergido en mi soledad que había olvidado que tenía una familia, lejos, no importa donde, esperando. Es el cumpleaños de mi hijo y mientras contesto las preguntas desesperadas de la loca de mi exmujer pienso que el pequeño helicóptero bañado en oro que llevo en el bolsillo será un buen juguete cuando e
l bebé crezca.

Sufro narcolepsia desde hace años. Son ataques de sueño repentinos que duran una media hora. Normalmente no recuerdo nada después de despertar. Sólo noto pérdida de fuerza muscular. El día 1 de marzo de 2007 queda ya lejos, pero hay algo en ese día algo que me ocurrió en un sueño que no para de rondar por la cabeza.

Estaba en una estancia totalmente oscura. Sólo el sonido de mis pasos llenaba la sala y me hacía deducir sus amplias dimensiones. Tenía miedo porque no sabía como había llegado a parar allí. Anduve unos cuantos pasos, con las manos tanteando en el aire helado.

No había nada a mí alrededor. Me agaché a tocar el suelo. Sobre su superficie lisa, una fina capa de polvo lo impregnaba todo. Me levanté tiritando por el frío, noté un ligero olor a humo y a cera quemada. Cerré los ojos unos minutos para adaptarlos a la oscuridad. Luego los abrí para escrutar algún resquicio de luz, algún ligero brillo que me diera alguna pista sobre el sitio donde me encontraba. No vi nada salvo la tiniebla que me rodeaba. Me palpé el cuerpo. 

Llevaba las ropas de trabajo. Camisa blanca con americana negra y pantalón también negro, con una corbata azul. Nada especial. Soy abogado en un bufete de la Calle Ancha. Estaba llevando un caso importante. Dos estudiantes habían apaleado a una vieja hasta la muerte. Esos pobres chicos estaban condenados. Pensé que el padre de uno de los chicos había hecho que me secuestraran para destruir una prueba. 

En esto pensaba cuando de repente una luz poderosa apareció de la nada. Estaba alzada unos tres metros. Mi reacción natural fue protegerme con los brazos. A los pocos segundos mis ojos se acostumbraron a la luz. Ésta provenía de una criatura celestial, un bello ser alado, de piel pálida, vestido con un manto blanco. La tibia luz que irradiaba me permitió discernir en la penumbra columnas estriadas renacentistas que se elevaban hasta una gran cúpula barroca. Delante tenía una sacristía cubierta por una sencilla techumbre y decorada con pinturas de estilo manierista. No cabía la menor duda, estaba en la nave central de una catedral. 

-Tienes que aprender a volar-, dijo el ángel con su voz dulce y helada. Concentré toda mi fuerza en la imagen de unas alas negras de águila imperial. Noté dos focos de calor en mi espalda. Después dolor. Empecé a contraer todos los músculos del cuerpo. Al poco, dos brechas se abrieron en la carne. Comenzaron a salir dos alas negras que con mi último grito se abrieron dispuestas a batirse bajo mis órdenes. 

Volvió a hablar, -ahora que tienes alas, tienes que concentrarte en el absoluto, en la energía divina-. Comencé a relajarme. Noté que mi alma se expandía, salía de mi cuerpo y se mezclaba con la energía cósmica. Sentí paz y calma. Dejé de temblar. Todo mi sufrimiento terreno desapareció. Me inundó una ola de calor, de luz, de amor. Me levanté y expandí las alas. Las agité y me elevé hasta la altura de la extraña criatura. Sus ojos eran azules como el océano y penetrantes como la noche. 

En su mano aparecieron tres largas varas de plata. Con ellas compuso un triángulo. En su interior apareció un espejo formado por un líquido viscoso. Me asomé a ver mi rostro pero en vez de eso lo que vi fue nubes blancas y los rayos del sol en un cielo claro. –Debes de entrar-, indicó. Sentí que mi destino iba en esa dirección. Le hice caso y traspasé el umbral.

Volé durante horas entre nubes, con la brisa fresca de la mañana acariciándome. Era un cuervo en el paraíso. Subí unos metros más por encima de una bandada de pájaros y al atravesar una nube vi algo que turbó mi vuelo.


Vi una esfera dorada de dimensiones gigantescas. Era como una colosal perla de oro, como un sol congelado. Me acerqué y la toqué con la mano. Estaba tibia y electrizada. A pocos metros divisé una abertura circular. Entré por ella. Una música deliciosa inundó mi corazón. Entonces oí una voz acompañando a la música. 

–Llevas en la sangre un profeta. Eres el alfa y la omega. Lleva este mensaje a la Tierra-. Escuché por largo rato hasta que la voz paró. Comprendí. Mi alma se transformó para siempre.  Paulatinamente la esfera desapareció y de nuevo me encontré batiendo el aire a unos tres mil metros de altura. Comencé a descender y a mitad de camino escuché de nuevo una voz. Una voz que grababa sus palabras en las nubes con una sustancia verdusca. Podía oír y leer: "QUÉ SE PUDRA EL ABOGADO”. 

La claridad del día dio paso a una tormenta. Comencé a descender más aprisa. Centellas y truenos junto con un viento agitado me dificultaban la tarea. Sabía que no podía olvidar el mensaje que me había sido dado, pero también sabía que algo lejos de mi comprensión no estaba a mi favor. La tormenta se tornó tempestad. Parecía buscar mi aniquilación, rayos y retumbos ensordecieron mi mente. Aparecieron tornados que como poseídos por un ente inteligente me acorralaban. Por fin volví a divisar la tierra. Estaba cerca de pisarla cuando un rayo alcanzó mis alas. Caí velozmente como un peso muerto contra el suelo.

Desperté en mi despacho de Calle Ancha. Me había dormido otra vez. Oí a Susana -mi secretaria y confidente- fuera tecleando en el ordenador. La llamé por la centralita. Debió verme mal pues se acercó a mi con sumo cuidado y me acarició la mano. Se fue y volvió con un tazón de té. -He tenido una pesadilla-, aclaré, -he soñado algo muy raro. Estaba en una estancia totalmente oscura. Sólo el sonido de mis pasos llenaba la sala y me hacía deducir sus amplias dimensiones.

Cuando terminé de contarle el sueño me abrazó. Sentí un fuerte dolor. Ella separó sus brazos ante mi reacción. Se asustó y gritó al comprobar, primero en su mano manchada y después en mi espalda dos enormes heridas de las que manaba sangre como ríos.





YO LA AMABA Y ELLA MIRABA AL MAR



Desde mi balcón, contemplo una amalgama de rascacielos a orillas del Mediterráneo. Y en medio de todo, un silencio letal, de acero, tan asfixiante que quiero volar a través de la ventana y caer como plomo al mar. Pero yo no soy de acero, ni de plomo. Ni siquiera soy de carne y hueso. Soy un hombre tan irreal que la ficción es mi vida. Por eso soy escritor. O mejor dicho, poeta. Escritor puede serlo cualquiera, solo tienes que juntar palabras. Pero para ser poeta tienes que vivir como un poeta. Y eso no se aprende en ningún manual. Y eso no se aprende en la escuela. Ni puedes pagar para conseguirlo. Pero volvamos a la historia y a ese gran silencio del corazón. Porque esta historia no habla de guerras, ni de muerte, ni de odio, salvando guerras, muertes y odios con uno mismo. Esta historia habla de amor. Yo la amaba y ella miraba al mar. No se exactamente si pensaba o hería el infinito con la mirada. Lo único que sé es que yo la amaba. Y eso era real. Y ella, que sufría, que estaba perdida, que había caminado por extrañas sendas era para mi como el insondable océano infinito. A su manera ella era mi paz, mi alma y mi mar.

Ocurrió un día de tormenta. Los rayos quebrados en el aire como dragones y la lluvia todopoderosa de rabia caían sobre la ciudad. Recuerdo que Iris llevaba un largo vestido blanco y que las olas rompían con fuerza en el muelle. Habíamos discutido y parecía que la furia de la tempestad la hubiéramos provocado nosotros. Parecía ésta el macrocosmos externo de nuestra psique interna. Cuando recogíamos la última vela de nuestro Virgo, un impacto como una bomba y un blanco absoluto me hicieron perder la conciencia. Al poco desperté en el hospital. Lo primero que sentí fue un dolor intenso y desubicado. Sencillamente me dolía todo el organismo. Cuando empecé a darme cuenta de lo que había sucedido, algo me traspasó por dentro. ¿Dónde estaba Iris? Como no podía moverme ni hablar, gemí. Gemí como un cordero que es llevado al matadero. No recuerdo nunca antes una sensación de miedo tan imperiosa, cuando la auxiliar abrió la boca y dijo lentamente: -tranquilo, está en cirugía, pronto estaréis en casa-.

He dedicado años a estudiar las probabilidades que un ser humano tiene de ser alcanzado por un rayo. La probabilidad es de uno de cada tres millones. También los efectos que producen en sus víctimas. Un rayo directo generalmente resulta en la muerte instantánea debido a quemaduras internas graves y paro cardiaco. Lesiones comunes en los sobrevivientes incluyen terribles quemaduras, daños al sistema nervioso, a los huesos y a los tímpanos. Tuve quemaduras en el 11% de mi cuerpo. Mi tobillo izquierdo se quemó. Iris quedó ciega. Sólo discernía entre el día y la noche. Quedó en estado de shock durante semanas. Su piel se volvió pálida.

Pasaron años hasta que nos atrevimos a salir de la ciudad. Una enorme tristeza como una cruz pesaba sobre nosotros. ¿Qué quedaban de esos amaneceres juntos viendo desde el balcón el mar? Bajábamos a la playa a caminar. Ella llevaba unas grandes gafas de sol opacas. Un pañuelo sobre la cabeza y un perpetuo vestido negro. Parecía que se hubiera muerto alguien, parecía que se hubiera muerto el mar… Nunca sonreía y ni siquiera hablaba. Se sentaba lejos de la orilla y me miraba a mi. Y yo le hablaba del mar. Aprendí mil maneras de descubrirle el mar, mil maneras de describir sus caprichosos estados de ánimo. Poco a poco aprendimos a correr. Ella parecía sonreír de nuevo y escuchaba con devoción mis descripciones que pronto tomaron forma en un elegante libro de viajes. La primera travesía la hicimos a Venecia, y yo me esforcé en describir con realismo la ciudad, los palacetes, las callejuelas, los canales y el agua. El agua sucia de la vieja Venecia. -Tan bella y tan corroída como yo-, decía Iris. Después de Venecia, vino Tánger, el Cairo, Benarés y Manaos.

Al volver del Amazonas, Iris me abrazó y me besó con fuerza. Hacía tanto tiempo que no lo hacía que me dieron ganas de llorar. Pero no lo hice. En vez de eso, le hice el amor con tanta pasión como agudeza tenía al describirle el agua. Quedé dormido y exhausto. Cuando desperté las olas rompían con fuerza en la arena. Iris no estaba a mi lado. Traté de vislumbrar en la oscuridad del cuarto pero no se veía su sombra por ninguna parte. Temeroso bajé, primero a la calle y más tarde a la playa y en la arena descubrí sus sandalias. Seguí el rastro de sus pisadas por la orilla que se internaban en el mar. Un velo de impotencia recorrió mi cara cuando descubrí a lo lejos flotando en la superficie su vestido negro. Luego vinieron días de infinita locura. No recuerdo cuantas botellas acabé, cuantos bares cerré y cuantos venenos me inoculé. Si ella perdió la mirada, yo he perdido la vida. Y como un náufrago voy a la deriva en este mar de lágrimas. Ya nunca voy al mar. Ya nunca navego. Pero cada vez que llueve, el recuerdo del agua me devuelve la imagen del horror. Yo la amaba y la seguiré amando. Aunque el mundo se haya convertido en un lugar extraño, sombrío y trágico sin ella.

Hoy hace un año que se entregó a las olas. Estoy en la playa por primera vez desde que sucedió aquello. Una nueva tormenta me amenaza, el cielo ruge y las centellas y los truenos acongojan a los que tienen algo que perder. Pero yo no tengo nada que perder. Es mi devastadora guerra con el mar. Y estoy solo. Monto en mi Virgo y pongo ruta a poniente. Las olas quieren devorarme como si estuvieran infestadas de tiburones. Pero yo no confío y sé que el mar es un animal mucho más depredador. Lucho en el timón hasta que el viento parte el mástil principal, que cae sobre mi como un diablo de miles de toneladas de peso. Aún estoy vivo. -¡Aún estoy vivo!-, exclamo escupiendo sangre por la boca. Mi Virgo se hunde. Me tiro al mar y empiezo a nadar en dirección a ninguna parte. Sólo quiero cansarme, sólo quiero que al final de todo esto quedemos uno. Las olas me voltean haciéndome respirar agua salada. Mis pulmones se llenan y en el momento en que voy a morir asfixiado una luz desde el cielo me ilumina. ¿Estoy muerto? ¿Eres tú, señor, quien me llama? ¿Quizás eres tú, Iris amada mía? Lo siguiente es un helicóptero de rescate interrumpiendo nuestra batalla. Un hombre que baja en escalerilla. La gente en la playa que aplaude tras la tormenta…

Silencio. Por primera vez en un año el silencio entra en mi. Todo ese ruido abandona mi cabeza. He vencido a la marea. Ahora me teme. Estoy en un hospital. En la soledad de mi cuarto hay un poco de papel y un bolígrafo. No necesito nada más en este momento. Solo quiero describir lo que siento, solo quiero hacer ver al ciego, dar oídos al que no oye. Y seguiré escribiendo los versos más tristes que pueda, hasta que caiga el último rayo y la luz lo destruya todo.

POR UN SUCIO VENTANUCO




Desperté, a las seis de la mañana, mojado en el s
udor de agitados sueños. A mi izquierda, desvanecida, la ilusión de la chica en mi cama. Hace mucho tiempo que ella se marchó y precipitó mis emociones por el agujero del fregadero. Hace tanto tiempo...

El metro, como cada diez minutos, pasa frente a mi apartamento. Las paredes de la casa retumban y las tazas de café derramadas tintinean en la cocina. También ayuda a hacerme sentir más solo. No sé de que manera. Pero es igual que en esas novelas de Bukowski. A veces lo real supera a la ficción. A veces lo real es más oscuro y negro que cualquier ficción salida de la mente humana. Me deprime pero es cierto.

Me levanto a por un café aturdido y desvanecido. Lo mejor será dejarme caer sobre la cama deshecha, sobre los paquetes de tabaco acabados, de prozac y tranquimazín, sobre las botellas de bourbon y, finalmente, sobre las sábanas mustias en las que como quien dice dormías ayer. Mi habitación es un vertedero. No me extrañaría que un día entraran hombres con máscaras de gas y trajes presurizados, y sacaran toda la mierda con palas.

Despierto a las dos de la tarde sintiendo una terrible confusión. Me toco la cabeza y parece como si fuera a reventar. Voy al servicio -mi vejiga está llena- y aunque podría mear en una botella decido que me vendrá bien el paseo. Desde el váter, por un sucio ventanuco, se ve la calle. Los rayos de luz lo inundan todo. Mis párpados pesan. A lo lejos, en la claridad de un invierno soleado, una chica joven pasea con su hija de la mano. Cierro la cortina con fuerza. Ellos no son para ti. Otra vez la voz en mi cabeza. Vuelvo a la cama y dudo si acostarme o no. Podría salir ahí fuera y coger lo que es mío. ¿Quién me lo prohibe? Podría salir afuera y coger lo que me pertenece. Me pongo los pantalones de un salto. El corazón me pesa. Corro hacia la puerta y la abro. Ahí está ella. Me acerco. Es muy guapa. Pienso algo que decirle, algo normal, cómo –hola, ¿te importa que te acompañe?-. Cuando estoy a dos metros, mis nervios me traicionan y paso de largo sin ni siquiera mirarla a la cara. Me vuelvo a casa. Voy al baño, vomito y me vuelvo a acostar. Todo tiembla a mí alrededor. El metro pasa junto a mi apartamento, como cada diez minutos, haciéndome sentir más solo.

COMO SE DESTRUYÓ MI MÁSCARA



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Los colores, más vivos que nunca, parecían anunciar el sueño de un ángel. Parecía que la luz imprimiera en las cosas su calor de regazo materno. En la calle no se percibía contaminación porque el aroma de los plátanos, del césped y de las flores saturaba los sentidos.

Los pasos conducían a algún sitio lejos del reino de la niebla. El tedio daba paso a fascinantes posibilidades. El futuro obstruido se desembarazaba de sus ataduras para dar paso a una naturaleza fastuosa. El círculo se cerraba sobre sí mismo.

Ese día los astros se alinearon y en el momento preciso apareció de la nada la paz, aunque siempre había estado ahí, latiendo en secreto en el fondo de su corazón. Atrás quedaban días oscuros de pesadilla de demiurgo. Quedaba el frío y ese espectro de mujer congelado en el hielo. Esa mano predestinada a cruzar temblorosa el umbral. La que le sacaría de su cárcel de vísceras: él mismo. Ese espectro de mujer que nunca llegó. Y las mil y una cartas de amor escritas de su puño y letra. Cartas que evocaban híbridos de una mujer real y un fantasma. 

¿Quién era este individuo que había librado mil batallas, surcado los mares, conquistado medio mundo y había quedado prisionero en su imaginación? La naturaleza imperfecta de su ser nunca encontró el molde con el que exponerse al mundo. Cien enfermedades había superado, cien laberintos sorteado. Había tanto que aprender y tan poco tiempo…
Escribía. Analicemos la naturaleza de este acto. Escribía poesía queriendo dejar la impronta de su alma. A veces eran poemas oscuros, dolorosos como una noche sin estrellas. Pretenciosos. ¿Aspiraba a algo desde la profundidad de su habitación? ¿Quería el reconocimiento de los que le rodeaban? ¿Tenía algo que demostrar? Lo cierto es que le maravillaba el acto mismo de escribir. Él pensaba que escribir era liberarse. En cierto modo todo lo que escribes queda atrás como la ropa abandonada. De esta forma abandonaba sus textos y con ellos decía adiós a su otro yo, como un insecto que cambia de piel. ¿Qué más valor podía tener un poema que el precio del alma? ¿Qué creéis que valían para él todas las demás cosas? 

Pero volvamos al día en que encontró la paz. El equilibrio. Ese día era un día normal en apariencia y sin embargo en su alma se abrió la semilla de la esperanza. ¿A que se debía aquel cambio inesperado? ¿Por qué su voluntad se tornaba férrea, su paso no titubeaba y se enfrentaba mejor a los conflictos de la vida? Había encontrado algo seguro en lo que sostenerse. Su espíritu se erguía por vez primera estirando por fin el espinazo tanto tiempo dolorido por la contracción.

¿Qué era toda aquella oscuridad que le había dominado durante tanto tiempo? ¿Si toda su vida había tenido la tristeza como una segunda piel significaba eso que todo lo que había sentido y escrito era producto de la enfermedad? La verdad es dolorosa cuando implica transformación. Nos duele dejar de lado nuestros viejos valores para aceptar los nuevos. Ahora miraba para atrás y se veía día y noche revolcándose en el lodo. 

Era cierto que albergaba nostalgia hacia ese profundo sentir. Los paisajes quietos y muertos, los relojes doblándose sobre la mesa y esas lágrimas de dolor vaciando su corazón. Había algo salvaje, terrorífico y malvado en todo eso. Su mente como una máquina de autodestrucción. No era raro que se hubiera metido todos los venenos del mundo. Que hubiera escuchado los cantos más tristes. Asistido a mil funerales. No era raro que hubiera estado varias veces al borde de la muerte y que mágicamente siguiera vivo.

Vivir. Vivir en las cosas que haces. Amarte a ti mismo. Vivir sin miedo. Palabras de un hombre que admite haber llorado. Un hombre que estuvo a punto de morir por amor. O por desamor. Por buscar el amor en un precipicio, cerca, cerca de la muerte, en los sitios más insospechados. 

¿Y cómo termina bien un relato que no muere? ¿Qué le espera a nuestro joven C. Le espera la vida con los brazos abiertos como una madre, amores, desamores, victorias y tropiezos, la vida entera de gracia como un sol y una muerte que se esconde lejos tras una luna minúscula.

Así empezaba el relato de su vida.

POR UN SUCIO VENTANUCO



Desperté, a las seis de la mañana, mojado en el sudor de agitados sueños. A mi izquierda, desvanecida, la ilusión de la chica en mi cama. Hace mucho tiempo que ella se marchó y precipitó mis emociones por el agujero del fregadero. Hace tanto tiempo.

El metro, como cada diez minutos, pasa frente a mi apartamento. Las paredes de la casa retumban y las tazas de café derramadas tintinean en la cocina. También ayuda a hacerme sentir más solo. No sé de que manera. Pero es igual que en esas novelas de Bukowski. A veces lo real supera a la ficción. A veces lo real es más oscuro y negro que cualquier ficción salida de la mente humana. Me deprime pero es cierto.

Me levanto a por un café aturdido y desvanecido. Lo mejor será dejarme caer sobre la cama deshecha, sobre los paquetes de tabaco acabados, de prozac y tranquimazín, sobre las botellas de bourbon y, finalmente, sobre las sábanas mustias en las que como quien dice dormías ayer. Mi habitación es un vertedero. No me extrañaría que un día entraran hombres con máscaras de gas y trajes presurizados, y sacaran toda la mierda con palas. 

Despierto a las dos de la tarde sintiendo una terrible confusión. Me toco la cabeza y parece como si fuera a reventar. Voy al servicio -mi vejiga está llena- y aunque podría mear en una botella decido que me vendrá bien el paseo. Desde el váter, por un sucio ventanuco, se ve la calle. Los rayos de luz lo inundan todo. Mis párpados pesan. A lo lejos, en la claridad de un invierno soleado, una chica joven pasea con su hija de la mano. Cierro la cortina con fuerza. Ellos no son para ti. Otra vez la voz en mi cabeza. Vuelvo a la cama y dudo si acostarme o no. Podría salir ahí fuera y coger lo que es mío. ¿Quién me lo prohibe? Podría salir afuera y coger lo que me pertenece. Me pongo los pantalones de un salto. El corazón me pesa. Corro hacia la puerta y la abro. Ahí está ella. Me acerco. Es muy guapa. Pienso algo que decirle, algo normal, cómo –hola, ¿te importa que te acompañe?-. Cuando estoy a dos metros, mis nervios me traicionan y paso de largo sin ni siquiera mirarla a la cara. Me vuelvo a casa. Voy al baño, vomito y me vuelvo a acostar. Todo tiembla a mí alrededor. El metro pasa junto a mi apartamento, como cada diez minutos.

EL ABRAZO



Camino rompiendo el silencio de la noche. Y mi alma es tan sombría que parecen morir las farolas a mi paso. Es una noche para el suicidio y la metrópoli está llena de cadáveres que caen de los tejados como granizo golpeando a mi alrededor.
El olor de tu sangre, el tacto de tu cuello y tu manera de gemir terriblemente bella mueven mi cuerpo hasta escuchar ecos de otros tiempos. Cuando era hombre y podía recordar la belleza del agua. Pero ahora solo me importa la sangre. Y cuando te veo salir de ese antro después de bailar y ser feliz, una sensación recorre mi cuerpo, de tal forma que creo que podría llorar. Pero yo no lloro. La que va a llorar vas a ser tú. Mi mente está lista. Mis músculos tensos como una negra pantera acecha. Y justo abres el coche y te metes en la trampa. Ahora no puedes arrancar. Vacié la batería con premeditación. Ahora nadie te va a librar de tu destino. Corro hacia ti en la tiniebla. Rompo la ventanilla y te agarro del cuello sacándote medio cuerpo del automóvil. Y en el momento en que voy a abrazarte a la oscuridad. En el momento en que mis afilados colmillos se clavan en tu piel. Una sensación extraña nubla mi mente y pienso que la compasión sólo sirve para dar alas al débil. Pero quizás en ti son alas de ángel. Y eso es lo que nubla mi mente: que sigo amándote aunque me condenaste a las sombras. Que aún siendo vampiro, sigo amando. Pero es tarde, mis colmillos se hunden en tu piel, en tu cuerpo, en tu alma. Una grave excitación recorre mi sistema nervioso. Mi vello se eriza electrificado. Melodías divinas resuenan en mis oídos y tus pupilas se abren al abismo indescifrable.

Diario de Ivan


Coge un taxi. Coge un autobús. Coge un metro. Coge un tren .Coge un barco. Coge un coche. Coge un avión. Corre todo lo que puedas. Aléjate hasta olvidarte de ti mismo. No importa el pasado ni el presente, sólo importa el mañana. Ve la vida pasar rápido. No te detengas ante nada. Embárcate en la más triste aventura, en el corazón de la ciudad.

Las noches pasan frías como un cuchillo atravesándome el pecho lentamente. Quiero salir a la calle y sentir la luz, aún cuando la oscuridad me rodea en estas calles sucias de Madrid. Vago por el corazón de la ciudad intentando evitar el suicidio de mi ángel de la guarda. El pobre sabe bien lo que es la locura. Quiero encontrar el sentido en una mirada, en un gesto o en una sonrisa, pero el olor de estas calles no me deja pensar en nada.

A veces pierdo el control y como un animal caigo al suelo preso de terribles convulsiones. En esos casos, no puedo controlar ni mis brazos, que se agitan en el aire y contra el suelo golpeando a mí alrededor. Qué se jodan todos, pienso cuando estoy en el suelo ahí tirado echando espuma por la boca. Qué se pare el mundo. Qué explote. Una vez hasta me robaron la cartera en uno de mis ataques. La historia de mi vida se divide en dos partes. La primera es la infancia y la primera juventud. La segunda empieza con el primer ataque y dura hasta hoy. La medicación ayuda a controlar la enfermedad. Pero en mi caso está visto que es insuficiente. Tengo miedo de que mi vida se acabe. Como un vampiro vago por las calles. Algún día haré algo grande que hará enmudecer a todos. La semana pasada conocí a una chica por Internet. Es curioso como la gente puede conectar así a través de un aparato. En mi caso, fue un flechazo a primera vista. Aunque no diré más por ahora.

Otra vida es posible fuera de esta tierra, lejos de los hijos de los hombres. Hoy he quedado con Vanesa. Está loca, como yo. Y es perversa, como yo. Es colombiana, muy morena, casi negra. Sus facciones son salvajes como las de un animal. Pero me gusta. Me gusta porque vive en otro lugar. Un lugar más allá de este mundo. Los días con ella están siendo dulces como una noche de luna llena. Quedamos a eso de las 7 de la tarde todos los días y salimos a recorrer la ciudad, como dos lobos solitarios. Hoy ha traído un quitasol de geisha aunque ni llovía ni hacia sol. Hemos entrado en un chino y ha robado unas cervezas. Luego nos hemos ido sin pagar de un restaurante árabe, y hemos salido corriendo los dos de la mano perdiéndonos entre las sombras. A media noche ha sacado un polvo blanco, ketamina, que decía que te hacía volar. A mí me ha dado un poco de miedo por mis ataques pero al final he accedido a probar. He sentido como mi cuerpo no pesaba nada, al andar parecía que flotara, que levitara. Parecía estar en un globo. Mi cuerpo se curvaba hacia los lados casi perdiendo el equilibrio. Mi mente estaba confundida. Ha sido una experiencia compleja. Un auténtico viaje hacia otro lugar. Hacia otra vida.

No consigo recobrar la serenidad ni concentrar mis fuerzas lo suficiente para mantenerme en pie. He sufrido otro ataque en el metro. He estallado entre la gente. ¿Por qué me tiene que suceder esto a mí? Como un relámpago me he mecido entre la masa, vomitándoles mis espumarajos en sus ropas almidonadas. Un día de estos amaneceré en una habitación acolchada, con una camisa de fuerza. Llevo en mis entrañas al demonio. Por eso las sacudidas. Los antiguos pensaban que los epilépticos estaban endemoniados. No iban muy desencaminados. Cuando tengo un ataque trato de correr hacia algún sitio. Trato de huir en el frío de la noche. Trato de desaparecer en la distancia. Recuerdo un sueño que tuve hace unos meses. Corría descalzo a través de un vertedero. Al fondo no había nada. De donde venía tampoco había nada. Y a la mitad lo único que había era oscuridad y silencio. Eso es para mi la vida, algo vacío y sucio sobre lo que pasas sin detenerte.

Ayer estuvimos en una rave en la sierra. Por fuera, parecía la carpa de un circo enorme y al entrar, por dentro, estaba decorada con dibujos psicodélicos: mariposas gigantes multicolores, arañas hechas de globos y saltamontes púrpuras fluorescentes. Cada diez minutos un humo blanco llenaba la estancia y de vez en cuando pompas de jabón excitaban los sentidos. Hemos tomado speed en grandes cantidades, algo de éxtasis y keta. En el furor de la noche me creía invencible y terriblemente seductor. Por un momento he pensado que era el mejor día de mi vida. Bailaba frenéticamente al ritmo de las cadencias sonoras. Hablando con todo el mundo, abrazando a todos, amando a todos. Por un momento me creía dios.


Sólo soy un maldito agente de seguros. El agente 011. Voy por ahí con una corbata y un traje caro, pero a quién quiero engañar. Parezco un diplomático y lo único que soy es un número. El agente 011. Para la corporación sólo importan los clientes. Es decir, el dinero. Este mes sólo llevo una póliza. Voy a tener serios problemas si no recobro el vuelo. Recobrar el vuelo, volar, como con la ketamina. Eso si que me llevaría lejos de este estercolero.


Hoy ha habido una chispa de esperanza al final del pasadizo: los besos de Vanesa. Son intensos y suaves. Lujuriosos y carnales. A veces quiero morir en su regazo. Deshacerme como un cubito de hielo. Concentro todo mi amor en ella. Es lo único real ahí fuera. Pero voy a tener que dejar de verla tanto si quiero hacer pólizas. No puedo pensar en separarme de ella sin que algo me traspase por dentro. Me estoy obsesionando con su cariño. Sólo tengo ojos para ella. Veo todo a través de sus ojos.

Sabía que Vanesa estaba loca. Pero no sabía que estaba oficialmente loca. Es psicótica y confunde la realidad. Por eso vive en otro mundo. Mejor. Ahora sé que siempre será diferente. Y que nunca se doblegará a ser uno más. Hoy me ha dicho que a veces piensa que soy una alucinación. Piensa que está sola totalmente ida hablando a la pared y que todo es producto de su imaginación. En esos momentos de duda, me pide que la abrace con fuerza para sentir mi cuerpo. Dios, nunca he querido a nada igual en mi vida. La abrazo como quien abraza todo lo que ama. Lo único que ama.

Vanesa está rara. Parece paranoica. Creo que está entrando en una crisis. Cuando habla se pone la mano en la boca como si pudieran leerle los labios. Está pasándolo mal. Quiero ayudarla pero no puedo. No sé que hacer. Si pudiera poner orden en sus pensamientos. La pobre está engordando por la medicación y está algo depresiva por la enfermedad. Se pasa todo el día tirada en la cama. Se levanta a eso de las cinco de la tarde y no habla. Su sonrisa se ha desdibujado, me da miedo cuando ríe.

30 de mayo de 2009 Madrid 4:00 PM Los padres de Vanesa están barajando llevársela, quitarla de mi lado e ingresarla en un psiquiátrico de Alicante una temporada. Yo no voy a poder levantar cabeza si la quitan de mi lado. Ella, por supuesto, no quiere entrar. No piensa que le pase nada raro. Lo que piensa es que todo el mundo está en su contra. Todos menos yo. Piensa que hay un complot contra su persona. Incluso cuando ve la televisión encuentra enemigos que la están espiando. Ayer me dijo que los vecinos tenían un sexto sentido y que leían su mente. Está confusa y nerviosa. Pero a veces tiene momentos de lucidez y dice verdades como puños.

Quiero morir. Ha pasado algo terrible. No puedo soportarlo. La noche me ha arrebatado lo que más quería. No existe mañana sin esperanza. No soy un hombre. Soy un muñeco de humo. Bajo estas ropas no hay carne ni hueso. Sólo hay humo. Ahora estoy sólo y no puedo contener las lágrimas. Vanesa ha muerto. ¿Alguien me espera en el cielo o en el infierno?

Hace días que vago solitario buscando una razón que me explique el porqué de este accidente inesperado. Busco, busco, busco. Vago por cualquier lugar que me dé una respuesta. Hablo con mendigos, putas, curas, locos y borrachos. Nadie sabe lo que sufro. Nadie sabe porqué sufro. Hace ya un mes que se tiró a las vías y aún no me he echo a la idea de que haya desaparecido. Siempre fue tan leve, tan etérea. Mi corazón está negro. Se ha muerto el mundo.

Los días se acumulan uno tras otro como la ropa sucia. Quiero salir a la calle y tocar su mano, pero la ilusión se desvanece nada más tocar el suelo. Siento que falta algo en mi vida. Camino cansado por las calles tristes. Cargado de melancolía. Soñando con el eterno mediodía. El cuchillo se presenta como una salida de mi mismo. Como una huida hacia un mundo ultraterreno. Pero me da miedo que mi vida se apague. Danzo cadáver en mitad de una pista de baile ensordecedora. Cuando pienso en todo lo que he sido, en todo lo que soy, y en todo lo que podría ser, me dan ganas de llorar. Quizás su rostro mañana inunde mi vida de luz, pero la desesperación de su ausencia hoy, me transporta a una nueva dimensión de los horrores. A veces me levanto a media noche y paso la mano por su espalda ausente y donde debería estar su calidez sólo noto un vacío, -la nada-. Bienvenido a las sombras. Diario de Iván. 1:00 AM. Sólo queda el silencio, o el suicidio, o la esperanza de encontrarte en otra vida. Coge un tren, coge un autobús, coge un metro. Aléjate de ti mismo. No existe el presente ni el mañana. Sólo queda el silencio y la Luna centelleante hundiéndose en la niebla.

A BOCAJARRO



Todo estaba en el libro. Te decían qué pensar. Te decían como conseguir todo lo que te propusieses. Alguien puede opinar que aquello tenía cierto cariz sectario. Pero el secreto, como llamamos a toda la base de ideas de la organización, estaba por encima de cualquier Dios, a través de la energía del universo. El secreto consiste en una serie de fases que tienes que seguir para alcanzar tus objetivos. Todo hombre importante desde hace miles de años ha sido conocedor del secreto. Hay tres fases. Al principio me dedique a desear, a pedirle al mundo. Anoté mentalmente mis carencias. Empecé a pensar en dinero. Mi cuenta corriente llena de dinero. Sobres en mi mesita llenos de billetes. Mi cama llena. Habitaciones con montones de fajos de millones de euros. Estoy conectado al universo. Siento su energía como parte de mí mismo. Si deseas con fuerza algo, al final vendrá a ti. El cerebro al pensar emite frecuencias. Si emites frecuencias positivas estás invocando sucesos positivos, y viceversa, si tus pensamientos se enredan en rutinas negativas, te acabarán pasando esas mismas cosas que temes. El que teme ser apaleado será apaleado. El que piensa en el éxito acaba irremediablemente sumido en él. Yo deseaba riqueza más que nada en el mundo.
El segundo paso consistía en creer. Tenías que creer que todo lo que deseabas ya formaba parte de ti. Aunque fuese mentira. Tenías que cegar tu mente. Tenías que situarte en el estado de ánimo que tendrías si alcanzaras tus deseos. Empecé a creer que nadaba en la abundancia. Mi viejo Renault no era un Renault, era un Maybach 62 con chofer. Mi pequeño piso de Dionisio Guardiola, era una mansión en Beverly Hills con piscina y chicas en bikini dándome uvas. El reloj de plástico, que me había acompañado los últimos quince años, ahora era un Roger Dubuis Excalibur. Así con todo. Según la teoría de la atracción, con esta forma de ver el mundo pronto empezarán a producirse acontecimientos en mi vida que la encaminarán hacia mis sueños. Hacia el éxito. 

No recuerdo cuando empecé a olvidarme de mi mismo. A medida que pasaba el tiempo encontraba miles de situaciones en las que con la nueva mentalidad positiva salía victorioso. Soy comercial de una gran agencia de seguros. El secreto me sirvió para no perder oportunidades y para afrontar cada visita con un optimismo renovado. Empecé a crecer como comercial. No pasaba un día sin que vendiera dos o tres seguros. Muchas veces vendía el pack completo a la misma persona. Seguro de vida, para compensar la muerte de un ser querido. Seguro de defunción, para asegurarle sepultura digna en el momento de la muerte. Plan de jubilación, para asegurar su futuro. Todo herida cura con dinero. Como el dinero estaba en mi escala de valores por encima de todo, mis argumentos de venta ganaban en calidad y veracidad. Algo por dentro me tomaba en cada venta. Acababa por convertirme en una bestia. Una venta significa una comisión. Cuanto más grande era la venta mayor era la comisión. Así me encaminaba a mi sueño. Pronto me ascendieron a jefe de grupo. Mis ingresos aumentaron considerablemente. Pero aún estaba muy lejos de mis objetivos. 

Echábamos la partida de Texas Hold’em todos los viernes primeros de cada mes. Cinco amigos sudorosos bebiendo cerveza y fingiendo ser tipos duros. Mi juego era realmente bueno. Podía desplumarles quinientos o mil pavos en una sola noche. También tenía noches en las que perdía, por supuesto, pero normalmente eran minoría. Mi truco preferido consistía en encararme en las apuestas con el más débil, con el menos preparado. A la larga, con la actitud mental correcta acababa por echarlos de la mesa. La suerte existe, pero uno la guía a donde más le interesa. 

Una noche, vino un jugador nuevo a la partida. Pensé en encararme con él. Parecía un tío sencillo, que jugaba sin mucho convencimiento de victoria. Cuando le desplumé se echó a reír, se levantó de la mesa y me echó la mano. –Este tío es realmente bueno. ¿Cómo lo haces?-. –Tengo un secreto-, añadí. Ese fue el principio de una amistad duradera. Pronto se interesó por el secreto. David vino conmigo a dos o tres charlas en el Centro Atracción y a los pocos días me enseñó el carné de socio de la organización. Le fascinaba la parte científica del secreto, hablaba todo el día de la relación entre la bioquímica del cerebro y el pensamiento; de salud y poder mental. Este amigo había pasado por una larga y lenta depresión debido a la separación de su ex mujer. Creía que el secreto le ayudaría a quitarse para siempre la tristeza de debajo de la piel. Se construyó una máscara. Él la llamaba la máscara veneciana. Era una máscara de seducción que le ayudaba a relacionarse social y laboralmente como un relaciones públicas. No importa que hubiera detrás de la máscara. No importa que la mascara mintiese. Si él había sido capaz de elaborar la máscara significaba que la máscara formaba parte de él.

No recuerdo cuando empecé a olvidarme de mi mismo. En el centro, solíamos hablar de las oportunidades que nos habían surgido esa misma semana y de cómo habíamos actuado. Todo encaminado hacia nuestros sueños. Todo guiado por el secreto. Al salir íbamos al Neo, un local de moda de la ciudad, pedíamos los cócteles más caros, y jugábamos a decir que íbamos a hacer con tanto dinero. Poco a poco, sin darnos cuenta, esta rutina se apoderó de nosotros, y las primeras victorias y oportunidades se disolvieron en el océano de la incertidumbre. No éramos capaces de romper. Nuestras victorias eran simplemente el fruto de una actitud mental optimista y de luchar por lo que uno cree. Pero queríamos mucho más. Lo llamábamos hacer crack. Es decir, hacer saltar en mil pedazos nuestra vieja vida vulgar para despertar en una nueva dimensión de placeres. Entonces ocurrió algo que cambió para siempre la dirección de nuestros pensamientos.

Ahora lo recuerdo como en una película en blanco y negro. Estábamos en una sucursal del banco Santander, cuando entra un hombre -que más tarde describiría a la policía como alto, delgado, de unos 55 años, con el pelo largo canoso y ropa oscura, con un tenedor de trinchar el pavo en la mano-. Se abalanza sobre una chica joven que había en la cola y le pone el tenedor en el cuello. Yo me aparto hacia un lado y David se queda de pie, mirando fijamente al atracador. –Dame todo el dinero que haya en la caja o le atravieso el cuello, lo juro-, dijo el ladrón. El dependiente que ni parpadea. Allí sólo se oye el tic tac del reloj y, en cuatro minutos, el hombre desaparece con más de treinta mil euros en billetes grandes. Limpio y fácil. 

Después del susto inicial, David y yo empezamos a albergar una pregunta en nuestro interior apenas intuida por algunos comentarios frívolos sobre la naturaleza del robo. Esa pregunta es, ¿si un hombre cualquiera, con un tenedor puede llevarse treinta mil euros limpios en cuatro minutos, que no podrán hacer dos hombres preparados, con la fuerza mental correcta y en sintonía con la energía del universo?

El primero que trató de hablar del tema creo que fue él. Estábamos en la barra de un prostíbulo. Habíamos salido de una sesión especialmente intensa en el Centro y David no hablaba. Cosa rara en él. Le pregunté que qué le pasaba y me dijo: -Tío, estoy harto de esperar el momento. Nunca va a llegar la oportunidad decisiva. Tengo algo en mente. Accedí a escucharle. Me sedujo con sus planteamientos. Esa noche estaba especialmente sutil y supo llegar al centro de mi pensamiento: el dinero.

Las semanas siguientes las pasé enfrascado en descubrir si habían detenido al atracador. No había ni rastro de él. Sabían quién era. Sabían que se llamaba Sebastián y que era un mendigo que apenas tenía una cueva y una perra. En el pasado había sido profesor de lengua en un instituto. Eso fue antes de que le echaran por alcohólico. Nadie se imaginaba que tenía algo así en mente. Nadie se imaginaba que tenía un secreto poderoso. 

Pasaron los días y la idea ganó solidez en nuestro pensamiento. Soñábamos con romper. El secreto era nuestro. Nos juntábamos todos los fines de semana para diseñar la estrategia. Estudiábamos planos, rutinas de la policía, de los camiones blindados, de los empleados de las sucursales. Pronto llegaría nuestro momento. Cada vez estaba mas cerca el principio de una nueva vida. El cerebro al pensar emite frecuencias. Si emites frecuencias positivas estás invocando sucesos positivos, si tus pensamientos se enredan en rutinas negativas, te acabarán pasando esas mismas cosas que temes. Según la teoría de la atracción, con esta forma de ver el mundo pronto empezaran a producirse acontecimientos en tu vida que la encaminaran hacia tus sueños. Hacia el éxito. Y ya estaba fijada la fecha para el primer asalto.

El resto es historia. Dos hombres entran en una sucursal con el corazón en la mano como una pistola. Apuntan a otros hombres a la cabeza. Alguien pulsa una maldita alarma. Un arma que se dispara sobre un inocente, y la policía que aparece antes de lo previsto. Más balas. Demasiadas balas. Sangre en el asfalto. Un hombre que se aleja herido. Una nube de billetes es su sepultura. Cae al suelo roto. Roto para siempre en una nueva dimensión de los horrores.

CASTILLA – LA MANCHA
El atraco a un banco siembra el pánico en Albacete y deja dos muertos y cuatro heridos de bala.
Muere de un disparo uno de los atracadores y el director de la sucursal. Dos policías resultaron heridos de gravedad, un viandante y un niño fueron también alcanzados por los tiros y están fuera de peligro. Uno de los atracadores retiene a una familia durante dos horas.
          ISABEL IBÁÑEZ / ALBACETE
Dos atracadores profesionales convirtieron a Albacete en el escenario de una película policíaca con balas silbando en el aire, cinco heridos, uno de ellos un niño, un atracador muerto, persecuciones, los vecinos gritando, la policía barriendo la zona y una familia retenida contra su voluntad durante dos horas. Según fuentes policiales los atracadores no tenían antecedentes y estaban integrados en la sociedad.
Cerca de las 12 de la mañana, irrumpían en una caja de la CCM en Albacete, situada en la Plaza Universidad S/N. A esa hora había 6 clientes en la cola. Raquel iba a pagar la factura de Internet.

A bocajarro

“Sacaron dos pistolas y nos apuntaron a la cabeza, sentí mucho miedo. Parecían tener las cosas claras. Uno se encargaba de la gente y de la puerta. El otro amenazó a la cajera”.
Pronto se metieron a por el dinero y la alarma antiatracos avisó a la policía lo que cabreó a uno de los atracadores, David S.F., que disparó contra el director impactando en la mano y en la cabeza. Al salir se encontraron con la policía y hubo un tiroteo en el que dos policías salieron heridos de gravedad. Los atracadores salieron huyendo en direcciones distintas. David S.F. de 35 años se metió por la fuerza en el hogar de una familia que fue retenida contra su voluntad durante dos horas. 

El otro atracador, Ángel N.B. de 29 años fue detenido en la estación de autobuses. Entonces comenzó la psicosis que se extendió a toda la ciudad cuando la policía empezó a batir la zona y a cerrar los accesos para evitar la fuga del segundo atracador que retenía a una familia a punta de pistola. Cuando este decidió salir de la casa la familia llamo a la policía y a cien metros se dio una nueva persecución en la que resultó muerto por un disparo por la espalda. Éste, según fuentes policiales, al verse morir exclamó “¡crack!”, y cayó duramente contra el asfalto.