Todo estaba en el libro. Te decían qué pensar. Te decían como conseguir todo lo que te propusieses. Alguien puede opinar que aquello tenía cierto cariz sectario. Pero el secreto, como llamamos a toda la base de ideas de la organización, estaba por encima de cualquier Dios, a través de la energía del universo. El secreto consiste en una serie de fases que tienes que seguir para alcanzar tus objetivos. Todo hombre importante desde hace miles de años ha sido conocedor del secreto. Hay tres fases. Al principio me dedique a desear, a pedirle al mundo. Anoté mentalmente mis carencias. Empecé a pensar en dinero. Mi cuenta corriente llena de dinero. Sobres en mi mesita llenos de billetes. Mi cama llena. Habitaciones con montones de fajos de millones de euros. Estoy conectado al universo. Siento su energía como parte de mí mismo. Si deseas con fuerza algo, al final vendrá a ti. El cerebro al pensar emite frecuencias. Si emites frecuencias positivas estás invocando sucesos positivos, y viceversa, si tus pensamientos se enredan en rutinas negativas, te acabarán pasando esas mismas cosas que temes. El que teme ser apaleado será apaleado. El que piensa en el éxito acaba irremediablemente sumido en él. Yo deseaba riqueza más que nada en el mundo.
El segundo paso consistía en creer. Tenías que creer que todo lo que deseabas ya formaba parte de ti. Aunque fuese mentira. Tenías que cegar tu mente. Tenías que situarte en el estado de ánimo que tendrías si alcanzaras tus deseos. Empecé a creer que nadaba en la abundancia. Mi viejo Renault no era un Renault, era un Maybach 62 con chofer. Mi pequeño piso de Dionisio Guardiola, era una mansión en Beverly Hills con piscina y chicas en bikini dándome uvas. El reloj de plástico, que me había acompañado los últimos quince años, ahora era un Roger Dubuis Excalibur. Así con todo. Según la teoría de la atracción, con esta forma de ver el mundo pronto empezarán a producirse acontecimientos en mi vida que la encaminarán hacia mis sueños. Hacia el éxito.
No recuerdo cuando empecé a olvidarme de mi mismo. A medida que pasaba el tiempo encontraba miles de situaciones en las que con la nueva mentalidad positiva salía victorioso. Soy comercial de una gran agencia de seguros. El secreto me sirvió para no perder oportunidades y para afrontar cada visita con un optimismo renovado. Empecé a crecer como comercial. No pasaba un día sin que vendiera dos o tres seguros. Muchas veces vendía el pack completo a la misma persona. Seguro de vida, para compensar la muerte de un ser querido. Seguro de defunción, para asegurarle sepultura digna en el momento de la muerte. Plan de jubilación, para asegurar su futuro. Todo herida cura con dinero. Como el dinero estaba en mi escala de valores por encima de todo, mis argumentos de venta ganaban en calidad y veracidad. Algo por dentro me tomaba en cada venta. Acababa por convertirme en una bestia. Una venta significa una comisión. Cuanto más grande era la venta mayor era la comisión. Así me encaminaba a mi sueño. Pronto me ascendieron a jefe de grupo. Mis ingresos aumentaron considerablemente. Pero aún estaba muy lejos de mis objetivos.
Echábamos la partida de Texas Hold’em todos los viernes primeros de cada mes. Cinco amigos sudorosos bebiendo cerveza y fingiendo ser tipos duros. Mi juego era realmente bueno. Podía desplumarles quinientos o mil pavos en una sola noche. También tenía noches en las que perdía, por supuesto, pero normalmente eran minoría. Mi truco preferido consistía en encararme en las apuestas con el más débil, con el menos preparado. A la larga, con la actitud mental correcta acababa por echarlos de la mesa. La suerte existe, pero uno la guía a donde más le interesa.
Una noche, vino un jugador nuevo a la partida. Pensé en encararme con él. Parecía un tío sencillo, que jugaba sin mucho convencimiento de victoria. Cuando le desplumé se echó a reír, se levantó de la mesa y me echó la mano. –Este tío es realmente bueno. ¿Cómo lo haces?-. –Tengo un secreto-, añadí. Ese fue el principio de una amistad duradera. Pronto se interesó por el secreto. David vino conmigo a dos o tres charlas en el Centro Atracción y a los pocos días me enseñó el carné de socio de la organización. Le fascinaba la parte científica del secreto, hablaba todo el día de la relación entre la bioquímica del cerebro y el pensamiento; de salud y poder mental. Este amigo había pasado por una larga y lenta depresión debido a la separación de su ex mujer. Creía que el secreto le ayudaría a quitarse para siempre la tristeza de debajo de la piel. Se construyó una máscara. Él la llamaba la máscara veneciana. Era una máscara de seducción que le ayudaba a relacionarse social y laboralmente como un relaciones públicas. No importa que hubiera detrás de la máscara. No importa que la mascara mintiese. Si él había sido capaz de elaborar la máscara significaba que la máscara formaba parte de él.
No recuerdo cuando empecé a olvidarme de mi mismo. En el centro, solíamos hablar de las oportunidades que nos habían surgido esa misma semana y de cómo habíamos actuado. Todo encaminado hacia nuestros sueños. Todo guiado por el secreto. Al salir íbamos al Neo, un local de moda de la ciudad, pedíamos los cócteles más caros, y jugábamos a decir que íbamos a hacer con tanto dinero. Poco a poco, sin darnos cuenta, esta rutina se apoderó de nosotros, y las primeras victorias y oportunidades se disolvieron en el océano de la incertidumbre. No éramos capaces de romper. Nuestras victorias eran simplemente el fruto de una actitud mental optimista y de luchar por lo que uno cree. Pero queríamos mucho más. Lo llamábamos hacer crack. Es decir, hacer saltar en mil pedazos nuestra vieja vida vulgar para despertar en una nueva dimensión de placeres. Entonces ocurrió algo que cambió para siempre la dirección de nuestros pensamientos.
Ahora lo recuerdo como en una película en blanco y negro. Estábamos en una sucursal del banco Santander, cuando entra un hombre -que más tarde describiría a la policía como alto, delgado, de unos 55 años, con el pelo largo canoso y ropa oscura, con un tenedor de trinchar el pavo en la mano-. Se abalanza sobre una chica joven que había en la cola y le pone el tenedor en el cuello. Yo me aparto hacia un lado y David se queda de pie, mirando fijamente al atracador. –Dame todo el dinero que haya en la caja o le atravieso el cuello, lo juro-, dijo el ladrón. El dependiente que ni parpadea. Allí sólo se oye el tic tac del reloj y, en cuatro minutos, el hombre desaparece con más de treinta mil euros en billetes grandes. Limpio y fácil.
Después del susto inicial, David y yo empezamos a albergar una pregunta en nuestro interior apenas intuida por algunos comentarios frívolos sobre la naturaleza del robo. Esa pregunta es, ¿si un hombre cualquiera, con un tenedor puede llevarse treinta mil euros limpios en cuatro minutos, que no podrán hacer dos hombres preparados, con la fuerza mental correcta y en sintonía con la energía del universo?
El primero que trató de hablar del tema creo que fue él. Estábamos en la barra de un prostíbulo. Habíamos salido de una sesión especialmente intensa en el Centro y David no hablaba. Cosa rara en él. Le pregunté que qué le pasaba y me dijo: -Tío, estoy harto de esperar el momento. Nunca va a llegar la oportunidad decisiva. Tengo algo en mente. Accedí a escucharle. Me sedujo con sus planteamientos. Esa noche estaba especialmente sutil y supo llegar al centro de mi pensamiento: el dinero.
Las semanas siguientes las pasé enfrascado en descubrir si habían detenido al atracador. No había ni rastro de él. Sabían quién era. Sabían que se llamaba Sebastián y que era un mendigo que apenas tenía una cueva y una perra. En el pasado había sido profesor de lengua en un instituto. Eso fue antes de que le echaran por alcohólico. Nadie se imaginaba que tenía algo así en mente. Nadie se imaginaba que tenía un secreto poderoso.
Pasaron los días y la idea ganó solidez en nuestro pensamiento. Soñábamos con romper. El secreto era nuestro. Nos juntábamos todos los fines de semana para diseñar la estrategia. Estudiábamos planos, rutinas de la policía, de los camiones blindados, de los empleados de las sucursales. Pronto llegaría nuestro momento. Cada vez estaba mas cerca el principio de una nueva vida. El cerebro al pensar emite frecuencias. Si emites frecuencias positivas estás invocando sucesos positivos, si tus pensamientos se enredan en rutinas negativas, te acabarán pasando esas mismas cosas que temes. Según la teoría de la atracción, con esta forma de ver el mundo pronto empezaran a producirse acontecimientos en tu vida que la encaminaran hacia tus sueños. Hacia el éxito. Y ya estaba fijada la fecha para el primer asalto.
El resto es historia. Dos hombres entran en una sucursal con el corazón en la mano como una pistola. Apuntan a otros hombres a la cabeza. Alguien pulsa una maldita alarma. Un arma que se dispara sobre un inocente, y la policía que aparece antes de lo previsto. Más balas. Demasiadas balas. Sangre en el asfalto. Un hombre que se aleja herido. Una nube de billetes es su sepultura. Cae al suelo roto. Roto para siempre en una nueva dimensión de los horrores.
CASTILLA – LA MANCHA
El atraco a un banco siembra el pánico en Albacete y deja dos muertos y cuatro heridos de bala.
Muere de un disparo uno de los atracadores y el director de la sucursal. Dos policías resultaron heridos de gravedad, un viandante y un niño fueron también alcanzados por los tiros y están fuera de peligro. Uno de los atracadores retiene a una familia durante dos horas.
ISABEL IBÁÑEZ / ALBACETE
Dos atracadores profesionales convirtieron a Albacete en el escenario de una película policíaca con balas silbando en el aire, cinco heridos, uno de ellos un niño, un atracador muerto, persecuciones, los vecinos gritando, la policía barriendo la zona y una familia retenida contra su voluntad durante dos horas. Según fuentes policiales los atracadores no tenían antecedentes y estaban integrados en la sociedad.
Cerca de las 12 de la mañana, irrumpían en una caja de la CCM en Albacete, situada en la Plaza Universidad S/N. A esa hora había 6 clientes en la cola. Raquel iba a pagar la factura de Internet.
A bocajarro
“Sacaron dos pistolas y nos apuntaron a la cabeza, sentí mucho miedo. Parecían tener las cosas claras. Uno se encargaba de la gente y de la puerta. El otro amenazó a la cajera”.
Pronto se metieron a por el dinero y la alarma antiatracos avisó a la policía lo que cabreó a uno de los atracadores, David S.F., que disparó contra el director impactando en la mano y en la cabeza. Al salir se encontraron con la policía y hubo un tiroteo en el que dos policías salieron heridos de gravedad. Los atracadores salieron huyendo en direcciones distintas. David S.F. de 35 años se metió por la fuerza en el hogar de una familia que fue retenida contra su voluntad durante dos horas.
El otro atracador, Ángel N.B. de 29 años fue detenido en la estación de autobuses. Entonces comenzó la psicosis que se extendió a toda la ciudad cuando la policía empezó a batir la zona y a cerrar los accesos para evitar la fuga del segundo atracador que retenía a una familia a punta de pistola. Cuando este decidió salir de la casa la familia llamo a la policía y a cien metros se dio una nueva persecución en la que resultó muerto por un disparo por la espalda. Éste, según fuentes policiales, al verse morir exclamó “¡crack!”, y cayó duramente contra el asfalto.