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COMO SE DESTRUYÓ MI MÁSCARA



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Los colores, más vivos que nunca, parecían anunciar el sueño de un ángel. Parecía que la luz imprimiera en las cosas su calor de regazo materno. En la calle no se percibía contaminación porque el aroma de los plátanos, del césped y de las flores saturaba los sentidos.

Los pasos conducían a algún sitio lejos del reino de la niebla. El tedio daba paso a fascinantes posibilidades. El futuro obstruido se desembarazaba de sus ataduras para dar paso a una naturaleza fastuosa. El círculo se cerraba sobre sí mismo.

Ese día los astros se alinearon y en el momento preciso apareció de la nada la paz, aunque siempre había estado ahí, latiendo en secreto en el fondo de su corazón. Atrás quedaban días oscuros de pesadilla de demiurgo. Quedaba el frío y ese espectro de mujer congelado en el hielo. Esa mano predestinada a cruzar temblorosa el umbral. La que le sacaría de su cárcel de vísceras: él mismo. Ese espectro de mujer que nunca llegó. Y las mil y una cartas de amor escritas de su puño y letra. Cartas que evocaban híbridos de una mujer real y un fantasma. 

¿Quién era este individuo que había librado mil batallas, surcado los mares, conquistado medio mundo y había quedado prisionero en su imaginación? La naturaleza imperfecta de su ser nunca encontró el molde con el que exponerse al mundo. Cien enfermedades había superado, cien laberintos sorteado. Había tanto que aprender y tan poco tiempo…
Escribía. Analicemos la naturaleza de este acto. Escribía poesía queriendo dejar la impronta de su alma. A veces eran poemas oscuros, dolorosos como una noche sin estrellas. Pretenciosos. ¿Aspiraba a algo desde la profundidad de su habitación? ¿Quería el reconocimiento de los que le rodeaban? ¿Tenía algo que demostrar? Lo cierto es que le maravillaba el acto mismo de escribir. Él pensaba que escribir era liberarse. En cierto modo todo lo que escribes queda atrás como la ropa abandonada. De esta forma abandonaba sus textos y con ellos decía adiós a su otro yo, como un insecto que cambia de piel. ¿Qué más valor podía tener un poema que el precio del alma? ¿Qué creéis que valían para él todas las demás cosas? 

Pero volvamos al día en que encontró la paz. El equilibrio. Ese día era un día normal en apariencia y sin embargo en su alma se abrió la semilla de la esperanza. ¿A que se debía aquel cambio inesperado? ¿Por qué su voluntad se tornaba férrea, su paso no titubeaba y se enfrentaba mejor a los conflictos de la vida? Había encontrado algo seguro en lo que sostenerse. Su espíritu se erguía por vez primera estirando por fin el espinazo tanto tiempo dolorido por la contracción.

¿Qué era toda aquella oscuridad que le había dominado durante tanto tiempo? ¿Si toda su vida había tenido la tristeza como una segunda piel significaba eso que todo lo que había sentido y escrito era producto de la enfermedad? La verdad es dolorosa cuando implica transformación. Nos duele dejar de lado nuestros viejos valores para aceptar los nuevos. Ahora miraba para atrás y se veía día y noche revolcándose en el lodo. 

Era cierto que albergaba nostalgia hacia ese profundo sentir. Los paisajes quietos y muertos, los relojes doblándose sobre la mesa y esas lágrimas de dolor vaciando su corazón. Había algo salvaje, terrorífico y malvado en todo eso. Su mente como una máquina de autodestrucción. No era raro que se hubiera metido todos los venenos del mundo. Que hubiera escuchado los cantos más tristes. Asistido a mil funerales. No era raro que hubiera estado varias veces al borde de la muerte y que mágicamente siguiera vivo.

Vivir. Vivir en las cosas que haces. Amarte a ti mismo. Vivir sin miedo. Palabras de un hombre que admite haber llorado. Un hombre que estuvo a punto de morir por amor. O por desamor. Por buscar el amor en un precipicio, cerca, cerca de la muerte, en los sitios más insospechados. 

¿Y cómo termina bien un relato que no muere? ¿Qué le espera a nuestro joven C. Le espera la vida con los brazos abiertos como una madre, amores, desamores, victorias y tropiezos, la vida entera de gracia como un sol y una muerte que se esconde lejos tras una luna minúscula.

Así empezaba el relato de su vida.