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EL SUEÑO DE UNA NOCHE DE INVIERNO (MICRORRELATO)



Gritaba desesperado,  en un oscuro zulo, en el que la luz de la luna a penas permitía discernir nada. Pedía auxilio y no había nadie, hasta que en medio de un ataque he vomitado.

Cuando he vuelto a dormir, tras la pesadilla, he notado una luz tímida jugueteando en el ribete de mis párpados y al abrir los ojos a la noche,  a la vez de un golpe una risa grave y terrible y un cuchillo atravesando mi pecho.

Por última vez he despertado y he alarmado a Patricia que dormía junto a mi lado.
Me ha cogido la mano y le he contado la pesadilla. Ha ido a por tabaco a la cocina y yo me he quedado llorando de dolor. 
Entonces, al volver he oído sus pasos y, mis gemidos han enmudecido cuando, una voz grave y terrible ha comenzado a escucharse desde el fondo del pasillo. El chirriar de un cuchillo se acercaba y el cuarto ha empezado a menguar. De repente Patricia convertida en pantera. Como una bestia se ha tirado sobre mi clavando la daga en mi pecho.
Ahora sí, he despertado sobresaltado, en mitad de la noche. Sólo, asustado, sudado. He atrasado el despertador media hora para estar bien para trabajar. Cuando me giraba a por el reloj un cuchillo clavado en la mesita y una nota:      "Carlos esto no es un sueño".



¿POR QUÉ LLORAS?



Algún día
de tus pequeños ojos
quedará un corazón prendado.

Será tu refugio.

Llenarás, sus días de dicha
y las noches

-¡shhh!, 
es tarde

                Hay que dormir para volver
                                    a soñar con tu mundo 
                                                      de colores y sonidos.


                                                    * * *

                                                 Eres luz 
hasta en la niebla. 
Sensible al más mínimo detalle. 
Siempre atento a una mirada.

Los brazos de papá
te sostienen fuertes
Eres tan indefenso
que dan ganas de reír.
Tienes tanto que aprender
y tan poco que maldecir. 
Todo para ti es nuevo. 
Todo es maravilloso. 
Desde el reloj de la pared 
hasta la barba del abuelo
todo es bonito, todo es bello.
Eres luz, y ya paraste de llorar.

(Dedicado a mi sobrino Alejandro).

Llueve sobre el puente



Llueve sin ganas pero con una infinita paciencia, como toda la vida, como una eternidad sin aliento. Llueve como yo siento. Las lágrimas del cielo, en silencio golpean sobre mi cuerpo desnudo.

Ya no tengo rumbo, ya no tengo ni edad ni pulso. Ahora hace tres meses desde que te alejaste, sin rumbo. Tu rostro destruido se me hace difícil de olvidar.

Alguien grita a lo lejos. Yo me agarro fuerte de la barandilla y pongo mis piernas y mi cuerpo al otro lado. Ahora, las voces suenan más enérgicas y yo me hago más fuerte en mi decisión.

Es la hora exacta, el mismo puente y la misma Luna. Ahora quiero ser como la lluvia y caer sobre la tierra mojada.

Las luces de los coches me ciegan y salto. Creo que voy a voy a vomitar mientras caigo. Y en ese momento, algo se rompe en mi existencia. Es la vida, que me abandona con su cielo y, su infierno.

EL VENENO




El crepúsculo tiñó el cielo de sangre. Y el sol, oscuro como un ópalo, desapareció en el horizonte. Por última vez, en mis ojos, brilló titilante la luz de la estrella. Una sombra se posó oscura e inerte sobre la ciudad. Y el frío desasosiego inundó mi corazón. Poco a poco, pálidas luces fueron apareciendo aquí y allá.

Si hay una melodía para esta ciudad, esa es la sirena de un coche patrulla escoltando a una ambulancia que probablemente traslada ya un cuerpo sin vida. Si hay una imagen que condense mis recuerdos es la del rótulo fucsia de neón que parpadea bajo mi ventana. Noches mejores me han visto crecer en estas calles que tiempo atrás contuvieron mi esperanza. Pero han pasado varias décadas desde entonces. Mi lenta voluntad se ha vuelto pesada. Y sobre la mesita descansa la aguja que evaporará mi vida.

El humo, espeso, como la niebla, en una autopista hacia ninguna parte, se eleva sobre mi cabeza.  Son extremadamente confusos los sentimientos que afloran bajo mi piel. Una extraña alegría llena mi ser al tiempo que por mis mejillas resbalan unas pocas lágrimas.

Cuando vuelvo a la conciencia son exactamente las doce de la medianoche. Es el momento programado para el asesinato. Y mi mente tensa se prepara para desaparecer en la nada. En ese momento llegaste. Cuando la aguja ya había traspasado la piel y el veneno casi recorría mi cuerpo.

No debí decirte nada. Ahora lo sé. Pero tú insististe en que me querías. Y aunque no podía ni tocarte sin sentir dolor abracé tu cuerpo y tu alma de manera que algo brotó en mi interior similar a una semilla que germina después de un profundo invierno.